Republicanismo sin carácter
Sobre la postura del Partido Morado frente a la segunda vuelta
La oportunidad de oprimir sólo depende de la ineptitud de resistir; y a la manera que en el estado natural, ella consiste en la debilidad física, en el social nace la flaqueza civil.
José Faustino Sánchez Carrión, 1822.
Hace unos años me encontré con el republicanismo. A partir de algunas lecturas y diálogos con quienes ahora son buenos amigos. El republicanismo ha sido como el gran olvidado en los debates políticos contemporáneos en el Perú, a pesar de que mucho de él se sostiene en sus grandes principios: ciudadanía, igualdad ante la ley, democracia, libertad, Estado de derecho, imperio de la ley, instituciones legítimas, bien común, etc. Recién en la última década, a partir de las reflexiones de Alberto Vergara o Carmen McEvoy, el republicanismo volvió a asomarse en el debate público nacional, en medio de las críticas o el ninguneo de las corrientes políticas establecidas. Para el neoliberalismo, el republicanismo es incómodo porque evidencia las limitaciones y vacíos de su proyecto de país que, como lo ha señalado Vergara, ha sido el hegemónico en las últimas tres décadas. El Perú con el que llegamos a la pandemia es legado del modelo neoliberal, con su obsesión por el crecimiento económico y la disciplina fiscal pero flojo en fortalecer instituciones, construir ética pública y, especialmente, combatir la desigualdad. Para las diversas corrientes de la izquierda, el republicanismo parece un crítico enclenque del neoliberalismo o su versión progre. Tal vez porque ella misma, o al menos varios de sus voceros, expresa un déficit parecido al del neoliberalismo en relación a la institucionalidad y la democracia. Los coqueteos autoritarios de neoliberales e izquierdistas en el continente lo evidencian. Ahí es donde el republicanismo muestra su valía, pues algo innegociable para la ideología republicana es su radical oposición a todo tipo de dominación. La libertad para el republicanismo no se concibe, como en el neoliberalismo, como una obsesión por la no interferencia, por el “dejar hacer”, sino más bien como no dominación; es decir, como un espíritu que se subleva contra toda ideología o modelo político que busca aplastar la dignidad de los ciudadanos o que crea desigualdades entre ellos. Ello incluye desde las dictaduras hasta expresiones más sofisticadas de inequidad en la cultura, como el machismo, el racismo o la homofobia. Para resistir esas agresiones a la libertad, el republicanismo se ancla en la fuerza de la ley, que a su vez debe estar al servicio del bien común. Esto significa, finalmente, potenciar el rol del Estado, cuya función social consiste, o debe consistir, en el combate contra la desigualdad a través del fortalecimiento de la ciudadanía. A diferencia de los neoliberales, los republicanos no creen en el Estado pequeño y no interventor. El Estado debe ser potente y estar al servicio del ciudadano. Pero tampoco agigantarse bajo parámetros autoritarios que sojuzguen al ciudadano.
Hago este breve resumen, incompleto ciertamente, del republicanismo como ideología política, primero para precisar su singularidad frente a otras corrientes políticas y también para desmarcarlo de algunas expresiones políticas que se han apropiado del concepto para desdibujarlo o empobrecerlo. Afuera, por ejemplo, con lo que es actualmente el Partido Republicano en EEUU, que sí fue alguna vez republicano, como en tiempos de Lincoln, pero que ahora es un nido de fanatismo conservador antirrepublicano. Un ejemplo local de dicha apropiación es esa banda medieval autodenominada Coordinadora Republicana lo utiliza como emblema conceptual de su ultraconservadurismo. Nada de republicanismo ni democracia hay en sus manifiestos. Están más cerca al nacional-catolicismo franquista que a los valores republicanos que tumbaron las monarquías absolutas o movilizaron las independencias latinoamericanas. Menciono esto porque también cuestiono la asociación que algunos hacen entre republicanismo y falta de carácter. Si algo debe caracterizar al republicanismo es justamente el carácter, la actitud rebelde ante las arbitrariedades de los caudillos o las agresiones a la dignidad ciudadana. El republicanismo se subleva cuando ve que los enemigos de la república se agigantan y amenazan con aplastar los ideales de igualdad, libertad y fraternidad ciudadana.
Uno de los movimientos políticos que asumió con cierta seriedad el ideario republicano en el país fue el Partido Morado. Fue la razón principal por la que me involucré en él. Finalmente encontraba un partido político contemporáneo que se tomaba en serio la ideología y recuperaba además los valores republicanos para enfrentar la crisis que afecta nuestro país. A pesar de las críticas externas, creo que muchos militantes dentro del partido sí se tomaron en serio la ideología. Se esforzaron por conocerla y ponerla en práctica. Lamentablemente un sector importante de su liderazgo no ha tenido esa misma actitud. Más bien ha reproducido prácticas y discursos poco o nada republicanos. Por ejemplo, al fortalecer un modelo partidario caudillista o al asociar al republicanismo con falta de carácter, con tibieza o indecisión.
Una evidencia de ello ha sido el lamentable pronunciamiento emitido el lunes último en relación a la segunda vuelta. Un documento destinado a ir al tacho de la historia, pues cuando se requería un posicionamiento claro y valiente se optó por la pequeñez moral y la medianía política.
Porque seamos claros. Es cierto que las dos opciones que disputan el poder son potencialmente dañinas para la república. Pero claramente una de ellas no lo es solo potencialmente sino comprobadamente. El fujimorismo es este momento –y lo ha sido en toda su historia- la principal fuerza antirrepublicana del país: corrupción sistémica, autoritarismo genético, conservadurismo rancio, populismo irresponsable, atropello a las instituciones, desprecio por la ley, liderazgo delincuencial, irrespeto por el ciudadano, etc. No hay que ser demasiado sofisticado para darse cuenta que alrededor de Keiko se han agrupado todas las fuerzas nefastas que amenazan la república: el militarismo, las mafias corruptas, el conservadurismo religioso, el empresariado mercantilista, los enemigos de la educación. Con un discurso de tinte fascista, el fujimorismo amenaza aplastar la democracia y la dignidad ciudadana. Ante ello, desde una postura auténticamente republicana, ni siquiera se debería dialogar con una fuerza de tal peligro. En otras latitudes, si en algo han concordado las fuerzas democráticas de izquierda, centro y derecha es en el “cinturón sanitario” contra el fascismo.
Eso mismo debería aplicarse acá. No ha ocurrido así. Las derechas y la mayor parte del centro político han decidido tragar su dignidad y adecentar a la fuerza criminal y antirrepublicana que representa Keiko Fujimori. Eso no es tolerable desde una postura auténticamente republicana. Es cierto también que en la otra esquina, Pedro Castillo evidencia improvisación y fanfarronería ideologizada. Pero de ahí a convertirlo en un monstruo chavista o polpotiano hay mucha distancia. Las dudas sobre él son potentes y debe poner de su parte para resolverlas. Pero las evidencias sobre el fujimorismo son más que suficientes para tomar una decisión, pues desde hace tres décadas es la principal fuerza política dedicada a carcomer nuestra democracia. Ante ello, no valen las medias tintas ni la actitud timorata. El centrismo no debe ser sinónimo de inmovilismo o cobardía. Más bien ofrece la posibilidad de decidir principistamente. Con los actos y las palabras construimos nuestro lugar en la historia. Y si algo no es republicano es la “ineptitud de resistir” o la “flaqueza civil”, como decía Sánchez Carrión, padre de la república.
* Columna publicada el 13 de mayo del 2021 en mi perfil de Facebook.