Perú, país conservador
En una encuesta publicada el año pasado por Ipsos, el 65 % de peruanos se declaraba conservador o semiconservador, lo que implica que hay distintos grados de conservadurismo, como también distintas formas de serlo. Hay quienes son muy conservadores en lo social pero progresistas en lo económico, y viceversa. El conservadurismo peruano es complejo y dinámico.
Además del dato estadístico, hay variables que parecen sustentar la idea de que somos una nación conservadora. Por ejemplo, el temor al cambio. Somos cautelosos cuando se trata de experimentar con nuevas fórmulas para resolver viejos problemas y desconfiamos de quienes se atreven a hacerlo. Los que se atrevieron a romper esquemas antiguos que no hacían bien a los ciudadanos, vivieron incomprendidos o terminaron asaltados por los guardianes de las tradiciones: Manuel Pardo ante el militarismo, González Vigil ante el ultramontanismo católico, María Alvarado ante el machismo, Rumi Maqui ante el gamonalismo. Atreverse a pensar o hacer distinto, sea en el ámbito que sea, no es encomiado en el Perú.
También influye el peso de la historia. Somos un pueblo que ama sus tradiciones y venera su pasado. Nos empachamos de historia para explicar estructuras y coyunturas presentes. Creemos que muchos de nuestros grandes problemas tienen raíces coloniales y que nuestras escasas virtudes nacieron en tiempos prehispánicos. No niego su verdad. La corrupción, como lo mostró Alfonso Quiroz, es casi consubstancial a la construcción de nuestras instituciones. Pero a veces el exceso de historicismo nos acostumbra a la comodidad del legado recibido. En particular cuando se trata de tocar tradiciones o instituciones sacralizadas. Por ejemplo, el lugar de la Iglesia en el Estado o los modelos tradicionales de familia y sexualidad. Pero también en las actitudes hacia el modelo económico neoliberal. “No tocar el modelo” parece un mantra religioso para gran parte de nuestra elite y de un importante sector de la población. El neoliberalismo es casi una religión y sus creyentes peruanos su rama más dogmática. Y no es que todo en el modelo esté mal, solo que a veces ni se permite repensarlo.
Hace unos años Rafael Roncagliolo enjuiciaba así al Perú: “El Perú es el país más conservador de América Latina. Hay un sentido común producto de la historia, de los medios de comunicación, de la clase política que tiene como referencia la cultura política del siglo XIX y no la del siglo XXI.” (2013). Ese sentido conservador en lo económico y político se extiende a otros ámbitos. El enfoque de género, los derechos de las mujeres y las minorías lgbti y diversas libertades siguen siendo tabú para la mayoría del país y de su clase política. Los pocos que se atreven a cuestionar ese sentido común saben que deben enfrentar más obstáculos que quienes solo buscan perpetuar lo recibido. Lo interesante es que esa minoría no se rinde, es cada vez más numerosa. Y sabemos que ellos son quienes pasan a la historia, incluso de naciones tan conservadoras como la nuestra.
* Columna publicada el 16 de abril del 2021 en El Comercio.