¿Cómo explicar el voto antistema?
Autocrítica desde el progresismo
Cansan las explicaciones sobre el voto antisistema que se dan desde el privilegio. Ocurre en cada elección. Se sintetizan básicamente en dos: la hipótesis del "electarado" (en el sentido de Alditus) y la de la gran conspiración (de derecha o izquierda). Cuando los voceros de la derecha limeña recurren a esos lugares comunes, como que se ajustan a su libreto natural. Es Ántero hablando del voto de las "llamas y vicuñas" o Chichi de la gran conspiración castrochavista. La derecha conservadora lleva en sí misma un gen colonialista y jerarquizador. Pero cuando lo hacen los voceros de la izquierda capitalina, como que causa mayor escozor. O decepción. Al menos a mí. Tal vez porque yo mismo estoy más cerca a esa izquierda. Entonces mi expresión de fastidio es también autocrítica. Por ejemplo, ¿por qué asumimos que el voto de Castillo es producto de un gran complot derechista para tumbar a la "única alternativa real de cambio"? ¿Por qué más bien no preguntarnos qué pasó con nuestros mensajes políticos para que los sectores populares no los escucharan? Es que en la tesis del complot derechista hay un tufillo de condescendencia hacia los pobres. En algunos casos un tufazo. Tal vez desde el progresismo nos hemos acostumbrado a naturalizar nuestro vínculos representacionales con los sectores populares. Asumimos que lo "natural" es que nosotros expresamos sus voces en nuestro lenguaje inclusivo e interseccional, aunque en secreto nos fastidie ir a los "asentamientos humanos desperdigados por el mundo". Y cuando los pobres votan por el progresismo (o por cualquiera que se asuma anticapitalista) levantamos la explicación natural: el voto de clase. Como el 2006 y 2011 con Humala y el 2016 con Verónika. Pero cuando ese voto se dirige a la derecha populista, la explicación es obvia: han sido manipulados por la conspiración derechista. No nos preguntamos por las razones más profundas que llevan al votante del sector D/E a optar por opciones políticas que, sin duda, los mantendrán en la pobreza y la exclusión. Es decir, no niego la validez de nuestras lecturas políticas sobre la realidad, pero sí reniego de nuestra incapacidad de comprender al otro, al subalternizado que supuestamente estamos representando. No voy a presumir de conocer esa voz de los subalternizados. Sería caer en lo que justamente critico. Pero sí animarnos a buscar explicaciones que complejicen nuestras hipótesis sobre el voto antisistema.
Hace unos años, mi buena amiga Veronique Lecaros publicó una investigación sobre las causas que llevan a los ciudadanos de las zonas pobres de Lima a unirse a las iglesias evangélicas. Su explicación fue que lo que les movía era el reconocimiento. Es decir, la sensación de que dentro de la iglesia eran no solo escuchados sino que ellos mismos se convertían en actores de un proyecto en el que recibían una compensación en medio de un mundo que los lacera con su indiferencia: se siente reconocidos. Alguien sin estudios podría en pocos meses estar predicando o dirigiendo un grupo de oración. Eso los motivaba no solo a colaborar con su tiempo, sino también con sus recursos económicos, a pesar de la pobreza en que viven. Es decir, en la iglesia evangélica son "alguien", mientras que fuera son nada. La tesis de Veronique introduce una mirada distinta al fenómeno del cambio religioso en Latinoamérica, que ya antes ha sido explicado a partir de las teorías de la "huelga social", el "mercado religioso" o el "cambio cultural".
Algo así deberíamos intentar introducir en nuestras hipótesis sobre el voto popular. Así evitaríamos el ridículo de "sorprendernos" cuando, por ejemplo, el Frepap logró tantas curules. Al menos matizar nuestras explicaciones basadas en la preconcepción de que los pobres son una gran masa manipulable por la derecha pérfida, excepto cuando vota por el progresismo. Tampoco caeré en la ingenuidad de negar la eficacia de los aparatos de poder del establishment derechista. Pero sí puntualizar la necesidad de vernos un poco más en el espejo. Si desde la izquierda brahmánica (Piketty) se tiene más esperanza en el voto de la centroderecha que de la izquierda popular para lograr un triunfo, pues tendría ella que repensar sus propias categorías ideológicas. Tal vez el pueblo sí ve lo que ella no quiere ver: que está más cerca a los de arriba que a los de abajo. Tampoco valido la tendencia a idealizar, a veces selectivamente, al "pueblo". Los sectores populares tienen agencia, deciden siguiendo sus propias racionalidades, que a veces coinciden con la lectura del progresismo citadino, pero a veces no. Entonces, en lugar de enojarnos con ellos cuando no votan por nosotros, o tildarlos sutilmente de estúpidos al explicar su voto desde la manipulación, habría que esforzarnos más en re-conocerlos, en valorar sus lenguajes simbólicos y sus sensibilidades, en darles voz en nuestras organizaciones y, sobre todo, asumir que hacemos nuestro mejor esfuerzo por mejorar las condiciones de vida del país desde nuestra posición de privilegio, algunos con más privilegio que otros.