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Monseñor castillo besa la bandera al inicio de la Misa y te deum por fiestas patrias. 28 de julio del 2020. fuente: arzobispado de lima.

Rituales religiosos y república

Una propuesta para las ceremonias del Bicentenario

Publicado: 2020-07-30

El ceremonial no es un mero reflejo del proceso social e histórico, sino un dispositivo que participa de manera creativa en su producción. 

Pablo Ortemberg

Desde el nacimiento de la república, las ceremonias religiosas y cívicas han sido parte de los rituales oficiales del Estado–nación peruano. La república necesita rituales. Así lo comprendió San Martín cuando asumió que el acto de la independencia requería un organizado ritual a través de cual se afirmara el pacto entre la nueva autoridad republicana y la vieja ciudad virreinal. Según el historiador Pablo Ortemberg, dicho ritual buscó reproducir los rituales virreinales, que incluían la ceremonia de recibimiento a los virreyes, la proclamación, la juramentación y la misa y el Te Deum. San Martín trató de evitar un pomposo recibimiento, aunque ello no impidió que en las calles la gente se agolpara para recibirlo. Específicamente aplicó el modelo de la proclamación de la Constitución de Cádiz (1812) que separaba la proclamación de la juramentación. Así, la proclamación de la independencia se realizó el sábado 28 de julio en la Plaza de Armas y en otras tres plazas (La Merced, Santa Ana y la de la Inquisición) en medio de un gran séquito que siguió la misma ruta de las ceremonias de proclamación real de los tiempos virreinales. El 29 de julio las autoridades se congregaron en la catedral de Lima para participar de una misa solemne y el Te Deum. San Martín ocupó el lugar que antes ocupaban los virreyes como jefe supremo de la entidad política naciente. La Iglesia sacralizaba el poder político, ya no del virrey, sino del jefe de Estado de la república. Pero, siempre según Ortemberg (2009), solo hubo una novedad cívica en el ritual: 

El conde de la Vega del Ren portó la bandera utilizada el 28 en la proclamación y la introdujo en el templo, depositándola solemnemente en el altar mayor. La insignia ocupó ese lugar central durante la misa de acción de gracias y el Te Deum. El pendón real nunca había recibido este tratamiento. Es posible que con este gesto se hubiera propuesto confirmar el carácter sagrado de la fundación de un nuevo Estado soberano y al mismo tiempo demostrar que la patria no se oponía a la religión (p. 90).

En realidad, la naciente república nunca se opuso a la religión, al menos a la católica. El nuevo Estado nació unido a la Iglesia. En el Estatuto Provisorio aprobado por San Martín el 8 de octubre de 1821, se reconoció a la religión católica como creencia oficial del Estado (García Jordán, 1992, p. 55). La Constitución de 1823 consagró la confesionalidad de la república peruana. Recién la de 1979 abandonó la fórmula de Iglesia oficial, aunque siguió reconociendo la importancia cultural e histórica de la Iglesia católica. Un año después el Estado peruano firmó el Acuerdo con la Santa Sede (Concordato) que garantizó a la Iglesia católica una serie de beneficios que persisten hasta hoy. Y los rituales de la república continúan manifestando la hegemonía simbólica católica, aún cuando esta esté cada vez más desafiada por los cambios religiosos, culturales y políticos del país.

Desde fines del siglo XIX, diversos grupos no católicos, principalmente evangélicos, se establecieron en el país. Primero en la ilegalidad. Recién en 1915 se les reconoció constitucionalmente el derecho a ejercer públicamente su religión. Las constituciones de 1979 y 1993 reconocieron, al fin, que el Estado podría establecer formas de colaboración con ellas. La ley de libertad religiosa aprobada el 2010 fortaleció su condición jurídica. Estos grupos, en particular los evangélicos, han experimentado un notable crecimiento demográfico en las últimas décadas. No obstante, los beneficios que disfrutan no se equiparan a los de la Iglesia católica.

El crecimiento evangélico tuvo también algunas consecuencias en los rituales republicanos. El 2006, por primera vez en nuestra historia, un presidente de la república participó de la Ceremonia de Acción de Gracias organizada por un grupo de pastores evangélicos liderado por Miguel Bardales, un pastor carismático y de línea conservadora, que logró cierta cercanía con el fallecido expresidente Alan García. Por ello, cuando Ollanta Humala asumió la presidencia, evitó participar en dicha ceremonia, salvo en su último año, cuando su popularidad estaba por los suelos. Es que durante varios años el llamado Te Deum evangélico se convirtió en una de las plataformas del conservadurismo evangélico. Además, carecía de representatividad institucional, pues las dos federaciones evangélicas (Conep y Unicep) no participaban de ella. Esa situación ha cambiado en los últimos tres años, pues ahora ambas coorganizan el evento. A pesar de que el Te Deum evangélico ya es parte de las actividades oficiales por Fiestas Patrias, aún no goza del reconocimiento suficiente como para recibir la misma atención que la prensa o el propio Estado le dan al Te Deum católico. Es un acto todavía menor dentro de los rituales de la república.

El pastor Cristian Scheelje, presidente de UNICEP, en la ceremonia de acción de gracias por el perú. el presidente de la república y la primera dama siguieron la transmisión desde palacio de gobierno. Fuente: CONEP.

A un año del Bicentenario cabe preguntarse sobre el lugar que las ceremonias religiosas deberían tener en los rituales de la república. Si antes teníamos solo una, ahora ya tenemos dos: la católica y la evangélica ¿Qué pasaría si otras tradiciones religiosas reclaman su propio ceremonial? Para algunos sectores, la solución sería la eliminación de todo acto religioso como parte del ceremonial republicano. Así ocurre en muchos Estados, en particular los que siguen los ideales vigorosamente laicos del republicanismo francés. Para aplicarlo, no obstante, se tendría que desafiar la fortaleza de lo religioso en el Perú. 

Podríamos explorar una solución intermedia: un servicio de oración interreligiosa. Una especie de Te Deum interconfesional que refleje la gran diversidad religiosa y cultural del país, en la que estén representadas no solo las iglesias cristianas o tradiciones religiosas globales como el judaísmo o el Islam, sino también expresiones autóctonas de la fe de nuestros pueblos, como las religiosidades andina y amazónica, o formas religiosas nuevas como la religión israelita del nuevo pacto. En lugar de que el ritual republicano acoja ceremonias de confesionalidad exclusiva, podría más bien cobijar una celebración que evidencie la riqueza de cosmovisiones y expresiones religiosas que conviven en la nación. Que incluya no solo a veteranos líderes religiosos, sino también a los más jóvenes. No solo a los hombres, sino también a las mujeres, que forman el grueso de las feligresías de casi todas las iglesias. Dicha pluralidad también debería reflejarse en los discursos religiosos que se emitan. En lugar de servir, como ha ocurrido algunas veces, como caja de resonancia de agendas políticas asociadas a las expresiones más intolerantes de la fe, un Te Deum ecuménico podría más bien enviar un mensaje, político sí, pero que opte por los valores éticos comunes de las religiones: la justicia, la dignidad humana, la solidaridad. Como el bello sermón que compartió monseñor Castillo hace dos días apelando a la humanización de la economía, la política y la sociedad, y con un mensaje de consuelo en este tiempo de dolor.

Existen precedentes de ceremonias similares en otros países. Recuerdo particularmente el Servicio de Oración realizado en Washington como parte de las actividades de investidura del presidente Barack Obama el 2009. El sermón lo compartió una mujer, la Rev. Sharon Watkins, y en el ritual participaron líderes de diversas religiones y que, además, mostraban la diversidad étnica de los Estados Unidos. 

la Rev. sharon Watkins predicando  en el servicio de oración ante el presidente obama y las autoridades políticas y religiosas de los estados unidos el 2009.

 Durante estos meses de pandemia, también hemos tenido pequeños ensayos de ritual interreligioso, como la Oración organizada por el Consejo Interreligioso del Perú. Por supuesto que una iniciativa como esta requeriría de un acto de desprendimiento de las religiones, en particular de la Iglesia católica y las federaciones evangélicas. Sería un potente mensaje a la nación que el próximo año, como parte de los rituales del Bicentenario, decidan unir sus “tedeums” en uno solo que muestre la policromía espiritual del Perú.  

líderes religiosos que participaron en la oración interreligiosa.

Si las ceremonias religiosas van a seguir siendo parte de los rituales republicanos, que al menos se abran a la diversidad, a su propia diversidad. Sería un excelente testimonio de concordia en medio de la diferencia en una nación tan fragmentada y dolida. En esta crisis, las religiones están mostrando su gran valor, no solo como fuente de sentido, sino también como movilizadoras de solidaridad para tantos peruanos y peruanas, en particular para los más pobres. Incluir el aporte de las religiones dentro de los rituales de la república no sería un acto meramente ceremonial, pues los ritos no solo reflejan las sociedades, sino también contribuyen a construirlas. Qué mejor si se construyen desde la celebración de la diversidad.

Referencias bibliográficas

García Jordán, P. (1992). Iglesia y poder en el Perú contemporáneo. 1821-1919. Cusco: CERA Bartolomé de Las Casas.

Ortemberg, P. (2009). La entrada de José de San Martín en Lima y la proclamación del 28 de julio: la negociación simbólica de la transición. Histórica, XXXIII (2), 65-108.


Escrito por

Juan Fonseca

Historiador, editor y docente universitario. Interesado en reflexionar sobre la religión, la política, la historia y las sexualidades.


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