El poder de la solidaridad
La acción social de las iglesias evangélicas en el Perú durante la pandemia
7 de la mañana. Un grupo de líderes de la congregación Belén, una humilde iglesia pentecostal en el barrio del Zapallal, distrito de Puente Piedra, abordan la camioneta que los llevará hasta Santa Anita, al centro de acopio de la Bolsa de Alimentos. Luego de recoger los productos que se les ha asignado regresan al austero templo de madera que les sirve como centro de reuniones religiosas. Mejor dicho, les servía. Desde el inicio de la pandemia no celebran cultos. El templo ahora se ha convertido en un pequeño centro de acopio. De regreso de Santa Anita, los “hermanos” –así suelen tratarse entre ellos los evangélicos- bajan los productos y se organizan para limpiarlos y empaquetarlos. Previamente, a través de las redes sociales y, a veces a través de recorridos por el barrio con megáfono en mano, los hermanos anuncian a los vecinos que se acerquen al templo al inicio de la tarde. Cuando llega la hora prevista, decenas de estos se acercan a la puerta de la iglesia ansiosos por recibir algo. Los desbordes casi no ocurren. Los hermanos son estrictos con la disciplina en la fila y con los protocolos sanitarios. Los rostros se iluminan cuando llega el momento de recibir los paquetes. Productos sencillos –verduras, arroz, azúcar, menestras, crema dental, etc.-, pero que en medio de la crisis caen como bendición del cielo para muchas familias en extrema pobreza, como las que viven en el barrio del Zapallal. Muchas de ellas dicen que no lograron recibir los bonos del Gobierno. En los meses de absoluto confinamiento, la iglesia se convirtió en su única fuente de supervivencia.
Aunque la prioridad para recibir la ayuda la tienen los fieles de la iglesia, muchos vecinos no evangélicos también han recibido apoyo. No solo del Banco de Alimentos. En la iglesia funciona, hace años, un centro de apoyo a escolares financiado por Compassion Internacional, una ONG evangélica internacional dedicada a la ayuda social a niños que viven en pobreza. En el centro, los escolares reciben almuerzo tres veces por semana, así como apoyo en sus tareas escolares. Debido a la pandemia, los almuerzos se suspendieron. Compassion dispuso, entonces, que se entregaran productos alimenticios a las familias de los niños inscritos en el programa cuyo costo sea equivalente a los almuerzos semanales. Luego optaron por entregar dicho costo en efectivo. Muchas familias de los niños no son evangélicas. Si el bono del Gobierno no les llegó, el de Compassion sí, a través de una iglesia evangélica.
Así como en la congregación Belén del Zapallal, centenares de iglesias y organizaciones evangélicas a lo largo del país han servido como centros de apoyo social durante la cuarentena. Como núcleos de solidaridad para los más pobres. Ciertamente no todas. Muchas han permanecido inactivas ante la crisis. Algunas incluso han desafiado las disposiciones de la cuarentena reuniéndose para orar por un cese milagroso de la pandemia. Ciertos pastores insensatos motivaron a sus fieles para irrespetar las normas bajo el argumento de que se les restringía la libertad religiosa o de que la oración es una actividad tan esencial como la venta de alimentos. Las lecturas fundamentalistas de la Biblia propician dichas actitudes. Pero fueron la minoría, aunque con notable cobertura informativa. Las iniciativas sociales evangélicas, en cambio, apenas si ha sido cubiertas por la prensa. No ha ocurrido lo mismo con las promovidas por figuras religiosas católicas, como las campañas dirigidas por algunos sacerdotes para recolectar fondos para instalar plantas de oxígeno en Iquitos, Chimbote, Piura o Juanjuí, que han sido ampliamente cubiertas por la prensa. No está mal que así ocurra cuando se trata de salvar vidas. El asunto es que las campañas sociales de los evangélicos carecen de una atención similar.
Las iniciativas sociales evangélicas no son homogéneas. Podríamos distinguir hasta cuatro modelos. En primer lugar, están aquellas promovidas por las grandes iglesias, muchas de ellas con notable poder económico. La Comunidad Cristiana Camino de Vida, una afluente iglesia carismática con sede en Monterrico, ha movilizado una impresionante red de recursos para atender a miles de familias en diversas zonas populares de Lima. Todos los días, voluntarios de la propia iglesia se movilizan llevando alimentos a barrios con población en extrema necesidad. Gracias a los contactos de la iglesia, en varias ocasiones las misiones sociales de la iglesia han estado acompañadas por autoridades políticas o militares. Otras iglesias también han movilizado recursos similares. Sus recursos financieros y humanos les han permitido movilizar donaciones y voluntarios de manera masiva a zonas alejadas de la sede la iglesia. También están aquellas denominaciones, más pequeñas, que han concentrado su apoyo social en proyectos con sectores específicos, como la Casa de la Esperanza para la familia migrante de la Iglesia Metodista.
En segundo lugar, están aquellas iniciativas más focalizadas en los barrios donde las propias iglesias evangélicas sirven. Como el caso de la iglesia Belén. El alcance de la red de apoyo depende mucho de la capacidad institucional de la iglesia y también del espíritu diaconal de sus pastores. Si las iglesias pertenecen, por ejemplo, a grandes denominaciones es posible que tengan una mayor red institucional a la que acudir para buscar apoyo. En el caso que ello no funcione, depende también de la iniciativa de sus líderes pastorales, algunos muy dispuestos a buscar apoyo donde sea y otros más pasivos ante la crisis.
Un tercer tipo de iniciativa es la asociada con las ONGs evangélicas, algunas con inmensos recursos provenientes de la filantropía de las iglesias de países desarrollados o de la cooperación internacional. Organizaciones como Visión Mundial, Compassion Internacional o Adra (adventista) han movilizado una impresionante red de recursos para ayudar a las poblaciones vulnerables. También hay otras ONGs, más pequeñas, que se han concentrado en apoyar causas muy concretas. Por ejemplo, Paz y Esperanza ha movilizado recursos para atender a la población migrante. Otras, como REMAR, se han dedicado a proveer alimentos a indigentes urbanos.
Un cuarto tipo son las redes de apoyo interno dentro de una congregación. Muchas de ellas se ubican en zonas rurales, a donde los programas sociales del Estado llegan tarde o nunca. Los miembros de la iglesia comparten sus recursos con aquellos miembros que están pasando necesidad extrema. Los evangélicos tienen un gran sentido de comunidad, que a veces se torna sectario. La prioridad para sus redes de apoyo son los hermanos de la propia comunidad. No obstante, en muchos casos, la crisis ha puesto en cuestión este sentido.
Estas iniciativas de apoyo social abren cuestiones relacionadas a la ideología que las moviliza. ¿La teología de la misión integral (TMI) está detrás de esto? Esta corriente, construida desde la década de 1970s por pensadores evangélicos nucleados en la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) y preocupados por equilibrar el sentido de la misión entre la evangelización (proselitismo) y el servicio (acción social y política), tuvo incidencia en ciertos sectores del liderazgo evangélico en décadas pasadas. Pero en los últimos años ha disminuido su influencia debido a la diversificación del protestantismo evangélico y el debilitamiento de la educación teológica. Tal vez en el único espacio donde la mantiene es en las ONGs evangélicas, muchas de ellas dirigidas por líderes formados teológicamente bajo la producción de la FTL. En ese sentido, aunque la TMI no incide explícitamente en la acción social evangélica, podríamos decir que indirectamente sí ha contribuido a que en muchas iglesias no se conciba la acción social como algo ajeno a la misión.
La teología de la liberación (TL), la gran corriente teológica producida en el ala progresista del catolicismo y el protestantismo histórico, influye mucho menos en las iglesias evangélicas. Parafraseando al teólogo Richard Shaull, la teología de la liberación optó por los pobres, y los pobres optaron por el pentecostalismo. La TL siempre fue vista con desconfianza por los evangélicos conservadores por su diálogo con el marxismo y su raíz católica. Además, está la cuestión de clase. La TL fue producida en ambientes académicos y desarrollada en las comunidades de base populares, pero bajo un liderazgo que no era de origen necesariamente popular. Los teólogos de la liberación se acercaron a los pobres, convivieron y lucharon por ellos. Pero la mayoría de ellos no era pobre. Los evangélicos que trabajan en sectores populares, no están allí de visita ni como parte de un ejercicio de empatía social con el otro. Los propios teólogos de la liberación son conscientes de ello. El recién fallecido padre Alvarez Calderón lo explicaba así: “La gente sabe de dónde vengo, pero no es un tema ni que me lo dicen ni que yo predico. Creo que son conscientes de mi diferencia, por ejemplo, a nivel racial (mi calva y mis canas sobresalen). Se ve muy fuertemente mi raza distinta, pero yo creo que me conocen y me ubican, hay un respeto grande a nivel de este sector. Lo siento muy cercano, es prácticamente mi familia".
Los evangélicos no solo son cercanos a los pobres. En muchos casos, ellos mismos son los pobres. El pastor suele ser un pobre que acompaña a otros pobres como él. El lenguaje del evangélico es el lenguaje del pobre. Claro que esto ya no se aplica a las iglesias urbanas clasemedieras que ven al pobre como un sujeto lejano al cual se acercan solo en sus campañas de acción social. No obstante, un gran parte del mundo evangélico sigue muy cercano a los pobres.
Ciertos sectores de la TL han visto al trabajo social evangélico con ojo profundamente crítico debido a su relación con los proyectos políticos imperialistas, a su limitación a lo asistencial o a su usufructo por los poderes establecidos. No dejan de tener razón. La acción social movilizada por las iglesias evangélicas suele carecer de un discurso teológico e ideológico que cuestione las injusticias estructurales del sistema y puede ser utilizado políticamente.
No obstante, en circunstancias tan adversas como las que vivimos, a muchos peruanos les importa menos el por qué alguien ayuda que el cómo y el cuándo lo hace. Pueden plantearse lecturas desde la sospecha. No hay duda que entre ciertos liderazgos políticos evangélicos existan intenciones de utilizar la solidaridad como un instrumento propagandístico para fortalecer su poder. O para el proselitismo, con la meta de “cosechar” nuevos conversos a partir de la acción social compartida. Pero eso queda en lo hipótetico. No hay certeza de que el proselitismo sea una meta que movilice conscientemente a las huestes evangélicas de apoyo social. Tampoco de que los pobres auxiliados por los evangélicos luego se conviertan en masa como acto de gratitud.
A pesar de las suspicacias hacia la acción social evangélica, lo concreto es que está allí, actuando entre los pobres de manera casi invisible. Los actores sociales del país, incluyendo los que son críticos hacia ellos, deberían empezar por reconocer dicha labor. De hecho que el Estado ya está aprovechando su cooperación. En los meses de la cuarentena, el Gobierno se ha acercado a los líderes evangélicos para pedirles su cooperación. Lo han hecho con todas las organizaciones de fe, incluyendo a la Iglesia católica, pero me interesa resaltar ahora al rol de los evangélicos.
Más allá de las sospechas, hay que reconocer el rol de la acción social en el análisis de las causas más profundas de por qué los evangélicos siguen manteniendo su influencia en los sectores populares. La real fortaleza de los evangélicos no está en su poder económico o en su crecimiento estadístico, sino en su capital social -en el sentido de Bourdieu- entre los sectores populares, donde lo simbólico y lo material se entrecruzan cuando se trata de re-construir certezas en medio de una crisis que ha puesto a todas en entredicho.
Es posible que, en este momento, los vecinos de la iglesia Belén en El Zapallal vean a los hermanos evangélicos no solo como su fuente más segura de apoyo material, sino también de acompañamiento espiritual, de humanización de sus penurias. Eso que no sienten de parte del Estado, y menos de las elites, incluso de las progresistas, que en conjunto se sorprenden cuando los evangélicos u otros grupos religiosos populares -como el Frepap- capitalizan el apoyo popular en sus incursiones políticas. Lo realmente sorprendente es que hasta ahora las elites no hayan comprendido el rol de lo religioso entre los pobres.