El valor de la diversidad religiosa en el Perú
Reflexiones desde la historia
El pasado 14 de mayo un grupo de líderes religiosos se reunió en la Plaza Mayor de Lima para realizar una Oración Interreligiosa con el fin de brindar alivio espiritual a quienes sufren los efectos de la pandemia. Fue un acto inédito en la historia religiosa del Perú. Por primera vez, en el centro simbólico del poder en el Perú se reunieron distintas expresiones religiosas en igualdad de condiciones para encontrarse alrededor de un objetivo común: la solidaridad hacia quienes más sufren. Ha sido un acierto del Gobierno recurrir a la fe en su rostro diverso como uno de los mecanismos para fortalecer el ánimo nacional en medio de la crisis. En lugar de alinearse con una sola confesión, como lo han hecho otros gobernantes en el continente, el presidente ha optado por asociarse con la diversidad religiosa. Eso evita la tentación de confesionalizar el Estado y más bien se abre al reconocimiento del valor de las espiritualidades del pueblo, no en su sentido excluyente sino en aquél que genera lazos solidarios. En el contexto del Bicentenario, este acercamiento a la fe desde el valor de la diversidad abre posibilidades para repensar el lugar de la religión en la vida nacional en nuestro pasado, presente y futuro.
Es usual asociar a la religión con la intolerancia, el privilegio y el abuso de poder en nuestra historia. Efectivamente, abundan los casos que ejemplifican dicha asociación. Sin embargo, también es posible encontrar ejemplos de cooperación interreligiosa. En 1822 llegó al Perú James (Diego) Thomson, educador escocés, quien por encargo del propio San Martín formó las primeras escuelas públicas dirigidas a los sectores populares bajo el sistema educativo lancasteriano. Thomson era, además, agente de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, organismo protestante dedicado a la distribución de biblias. Uno de sus más activos colaboradores, tanto en la venta de biblias como en la labor educativa fue el sacerdote católico José Francisco Navarrete. Cuando Thomson se retiró del país en 1824 Navarrete se quedó a cargo de las escuelas que juntos formaron. En los albores de nuestra educación pública floreció la cooperación interreligiosa.
La diversidad de lo religioso no solo se manifestó en el encuentro interconfesional, sino en el rol de los sujetos religiosos en los debates ideológicos que construyeron la nación. El primer presidente del Congreso (1822) fue un clérigo liberal, Francisco Javier de Luna Pizarro, que años después (1845), sería nombrado arzobispo de Lima, asumiendo posturas más conservadoras. Pero el liberalismo político mantendría una voz muy potente en otro célebre sacerdote, además amigo de Luna Pizarro: Francisco de Paula González Vigil. Su férreo liberalismo lo llevó a enfrentarse a otros sacerdotes políticos, como el célebre conservador Bartolomé Herrera, en una época en que las tendencias de la Iglesia tendían a encerrarse en posiciones más conservadoras. González Vigil terminó excomulgado por la Iglesia, pero siempre afirmó su cristianismo. Aunque institucionalmente la Iglesia se ubicó como baluarte del conservadurismo político y de los poderes establecidos, no todas sus voces fueron conservadoras. Diversidad ideológica dentro de una misma confesión. Sea de uno u otro lado, no sería posible comprender la construcción del Estado y del sentido de nación sin los actores religiosos.
Con el paso de los años, la diversidad religiosa se ha enriquecido, aportando nuevos actores. A lo largo del siglo XIX se establecieron en el país nuevos grupos religiosos bajo el influjo de la inmigración: protestantes, judíos y budistas. Entre ellos se establecieron formas de cooperación a partir de su condición común de minoría. El Cementerio Británico (1835) acogió no solo a protestantes sino también a judíos, ortodoxos, budistas e incluso católicos anglosajones, pues hasta fines del siglo XIX los no-católicos no podían enterrarse en los cementerios públicos regidos por las normas de la Iglesia católica. Una cooperación similar, principalmente entre los diversos grupos protestantes, permitió que en 1915 se reconociera la tolerancia religiosa.
En el proceso de construcción de lo nacional, no se puede dejar de vista el rol de la religión en el mundo andino y amazónico. La religiosidad popular de los pueblos andinos, en la que se mezclaron creativamente elementos católicos y de las antiguas creencias andinas es ahora no solo una fuente de fe sino también de creación cultural. La imponente peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Rit'i es una de las diversas expresiones vitales del encuentro creativo de las creencias ancestrales de nuestros pueblos. En la religiosidad popular la rigidez de las fronteras confesionales y de las prescripciones dogmáticas se diluyen ante la autonomía espiritual del creyente.
Por otra parte, aunque algunas formas religiosas fortalecieron los esquemas autoritarios y clasistas del orden social del mundo oligárquico, principalmente el catolicismo, hubo otras que ofrecieron recursos discursivos para cuestionarlo. La fuerza del mito diría Flores Galindo en Buscando un inca. La imaginación religiosa subyace en el sentido mesiánico que adquieren las grandes rebeliones indígenas de los tiempos republicanos, en la utopía andina. En algunas de ellas los protagonistas mezclan en sus historias personales elementos de otras tradiciones religiosas. Un elemento olvidado en el germen de la gran rebelión indígena de Rumi Maqui (1915) en Puno fue su conversión al metodismo. En esos años, además, Puno se convirtió en el centro de la obra educativa adventista, que muchos indigenistas (Encinas, Valcárcel) reconocieron como la generadora de un “nuevo indio”. No solo en Puno influyeron los misioneros protestantes en la formación de los liderazgos indígenas. Ocurrió lo mismo entre los asháninkas de la selva central (adventistas) y los awajún en Amazonas (evangélicos nazarenos). Lo religioso en toda su diversidad fue parte de los procesos de empoderamiento de las identidades étnicas, las que mostraron su fortaleza cuando les tocó resistir la violencia.
Es que la religión, en toda su diversidad, también ha mostrado ser una fuente de sentido para los pueblos en las circunstancias más aciagas. Ponciano del Pino ha mostrado como la derrota de Sendero en Ayacucho se debió en gran parte a la movilización de las rondas campesinas evangélicas. Y la resistencia al terrorismo en Villa El Salvador no puede comprenderse sin la fuerza espiritual e ideológica que dirigentes populares como María Elena Moyano recibieron del catolicismo progresista. La teología de la liberación sea tal vez una de las grandes contribuciones peruanas al pensamiento religioso mundial. En la Marcha por la Paz de 1989 las mujeres de organizaciones de base marcharon con banderolas que mostraban este lema: “No matarás ni con hambre ni con balas” . En general, los símbolos emblemáticos de la religiosidad popular han servido de fuente de sentido y de esperanza para los creyentes. Y en los barrios más pobres de las ciudades o las aldeas rurales más alejadas, las humildes iglesias evangélicas sirven como núcleos comunitarios de solidaridad en medio de la marginación y la desesperanza.
Si en algo concordaron los tres grandes intelectuales que engendraron las tradiciones ideológicas que predominaron en el último siglo fue en su valoración de lo religioso en el proceso de comprender el país. Mariategui comprendió en valor de lo religioso para el mundo andino en su marxismo singular. Para Víctor Andrés Belaunde la fe católica estaba en el núcleo mismo de la peruanidad. En Haya de la Torre los símbolos religiosos se transformaron en el núcleo movilizador de su nueva “religión política” (Imelda Vega Centeno dixit): el aprismo. Tal vez por ello lograron trascender. Al menos hasta la llegada del fujimorismo con el que la religión se transformó en un instrumento político operativo. Ese es el rostro de la religión que parece haber ahora hegemonizado. Uno de mirada fanática y discurso monolítico en contra los derechos. Ahí está la religión, sin duda. Pero no es su único rostro.
La religión en el Perú es tan diversa como su cultura. Las propias iglesias reniegan muchas veces de su propia diversidad, en particular cuando desde sus jerarquías se intenta homogeneizar para fortalecer su propio poder. Eso propicia que desde la esfera pública los sectores no religiosos desconfíen de la viabilidad de las religiones como actoras en el proceso de construir consensos nacionales. Pero una mirada diversa de lo religioso muestra que entre los múltiples rostros de la fe existen muchos que sí pueden contribuir en la generación de recursos discursivos que potencien el sentido ético de los ideales ciudadanos. Ese sentido diverso de lo religioso puede servir también para que ellas mismas comprendan la diversidad de nuestro país en todos sus sentidos. Finalmente, en el núcleo de todas las religiones está la aspiración de hacer el bien. Eso que necesitamos ahora como nación: el bien común.