Con mis corruptos no te metas
El rol del fundamentalismo evangélico en el auge y caída del fujimorismo
Eran inicios de mayo del 2016. En medio del fragor de la campaña de la segunda vuelta, Keiko Fujimori acudió a una masiva concentración evangélica en el histórico coliseo Amauta, ahora convertido en feudo de la Comunidad Cristiana Agua Viva. Allí, rodeada de un grupo de jerarcas del ala ultraconservadora del evangelicalismo peruano, firmó un “compromiso de honor” con la Coordinadora Cívica Cristiana Pro-valores. A la cabeza de este grupo de presión político-religioso estaba el tristemente célebre pastor Alberto Santana. En dicho compromiso, Keiko garantizaba que en un eventual gobierno suyo, no iba a implementar ninguna medida favorable al reconocimiento de los derechos de las mujeres ni de la comunidad lgbti, así como promover la libertad e igualdad religiosa. Fue el culmen de la progresiva conservadurización de la agenda político-moral del fujimorismo, y de la fujimorización del conservadurismo evangélico.
El fujimorismo ha tenido una larga historia de amor con el conservadurismo evangélico, aunque con matices. Cuando en 1990, Fujimori padre ganó sorpresivamente las elecciones presidenciales, lo hizo acompañado de una gran tropa parlamentaria evangélica. Además, un sector importante de la comunidad evangélica participó decisivamente en la campaña. A partir de ello, algunos escritores como el bautista Tomás Gutiérrez, construyeron el mito del “hermano Fujimori”, aludiendo a que fueron los evangélicos quienes llevaron al poder al futuro autócrata. Las sólidas investigaciones del teólogo Darío López (2008), de los sociólogos Gerson Julcarima (2008) y José Luis Pérez Guadalupe (2017) han demostrado la debilidad de dicha postura. Sin embargo, es claro que la llegada masiva de parlamentarios evangélicos bajo el paraguas de Cambio 90 fue un hito en la historia política de dicho grupo religioso. No obstante, habría que precisar que la línea ideológica de esa primera “bancada evangélica” era bastante diversa y mucho menos conservadora que los firmantes del pacto con Keiko. Estaban desde el senador Víctor Arroyo (Iglesia Evangélica Peruana - IEP), de línea progresista, hasta conservadores como Gilberto Siura (IEP). Durante el régimen fujimorista, los congresistas evangélicos más conocidos fueron Pedro Vílchez (bautista) y Siura, quien se convirtió en uno de los rostros de la denominada “bancada montesinista” y que defendió los actos más criminales del fujimorato, como el accionar del Grupo Colina, a veces apelando a un bastante retorciso discurso de fe, como cuando dijo que “el Ejército era un monstruo más grande que Dios” (López, 2008, p. 137). En ese sentido, era un conservadurismo más de corte político-autoritario. Por otra parte, en el periodo 1990-1995 un casi desconocido parlamentario evangélico, Alejandro Abanto (Asambleas de Dios), logró súbita y momentánea notoriedad cuando, en 1998, propuso una ley para prohibir el uso de las minifaldas en las instituciones públicas. Una primera clarinada del tipo de incidencia pública del que gustan hasta ahora los fundamentalistas evangélicos.
Luego de la caída de la autocracia fujimorista, los evangélicos conservadores se alejaron de los sucesivos partidos políticos fujimoristas (Solución Popular, Cambio 90, Alianza para el Futuro) y más bien optaron por construir movimientos propios. El más conocido fue Restauración Nacional (RN), formado el 2001 por el pastor Humberto Lay (Iglesia Bíblica Emanuel), y que agrupaba principalmente a líderes de las iglesias carismáticas (López, 2008, pp. 140-141). Como se sabe, Lay obtuvo un interesante sexto lugar en las elecciones del 2006 y su partido logró que dos de sus candidatos al Parlamento obtuvieron sendas curules: la pastora Alda Lazo de Hornung (Comunidad Cristiana Agua Viva) y el pastor Juan David Perry (Iglesia Evangélica Maranatha). Ambos tuvieron una performance bastante modesta en el periodo parlamentario 2006-2011. Además de ellos, hubo otros tres evangélicos en el Congreso, uno de los cuales también era de Agua Viva (CCAV): Michael Urtecho, ubicado en la lista de Unidad Nacional (UN). En el 2011 Lazo y Urtecho migraron a Solidaridad Nacional. Lazo no logró reelegirse, pero Urtecho sí. De esa manera, Agua Viva se consolidó como un actor religioso institucional constante en la política nacional. Hasta entonces, tanto Lay como los congresistas de CCAV desarrollaron una agenda política conservadora bastante discreta. El fundamentalismo religioso-político evangélico aún estaba en fase de incubación. Al menos hasta el 2011, cuando irrumpió el pastor Julio Rosas, nada menos que a la cabeza de la lista parlamentaria de Fuerza Popular. El fujimorismo se reencontró con el evangelicalismo, pero en su rostro más intolerante. Y volvemos entonces a Keiko.
Tanto Keiko como su padre entendieron que el evangelicalismo conservador podía servir como una de las bases en la construcción de un poderoso populismo de derecha que reivindicara a ese sector popular peruano marginado por el Perú oficial, no a partir de transformaciones profundas del sistema político y económico para crear equidad e inclusión, sino sobre la base del clientelismo político, la corrupción sistémica, el autoritarismo y el conservadurismo moral. Los evangélicos fundamentalistas les han servido como soporte ideológico para esto último. Pero el mundo evangélico conservador de los 2010s no es el mismo de los 90s. En los tiempos de Fujimori padre, la experiencia política evangélica era aún limitada y su agenda ideológica era, como ya lo hemos indicado, algo dispersa. El discurso evangélico de entonces sí apelaba a lo moral, pero de una manera genérica y no tan concentrada en una agenda antiderechos como ahora. Además, en la dirigencia evangélica, principalmente la del Concilio Nacional Evangélico del Perú (CONEP) la hegemonía del discurso fluctuaba entre un sector progresismo y una especie de conservadurismo moderado. Los evangélicos fujimoristas de los 90s, que no representaban necesariamente a la mayoría de la comunidad evangélica, sirvieron de alguna manera como soporte religioso del régimen, más aún cuando la jerarquía católica de entonces no se caracterizó por sus buenas relaciones con el dictador. Cipriani llegó al palacio arzobispal limeño en las postrimerías del régimen. El conservadurismo evangélico buscó servir al régimen para adecentarlo moralmente ante una sociedad tan conservadora como la peruana, en la que se sigue asociando lo religioso con los valores.
En el 2011 el mundo evangélico había cambiado. Por un lado, su institucionalidad estaba mucho más dispersa y débil. El CONEP carecía del poder representativo de antes y el modelo denominacional en la eclesialidad evangélica cedía cada vez más a la ola de iglesias independientes principalmente ligadas a la corriente carismática. La creciente fortaleza de la Unión de Iglesias Cristianas Evangélicas del Perú (UNICEP) y encumbramiento político de Agua Viva lo evidenciaban. Y las pocas denominaciones que mantenían su fortaleza institucional, también se acercaron, de diferente manera, al nuevo fujimorismo: la ACM a través de Julio Rosas y el Movimiento Misionero Mundial (MMM) encabezado por Rodolfo Gonzáles. Como ya mencionamos, Rosas ingresó al parlamento encabezando la lista fujimorista y, aunque el liderazgo de la ACM negó estar detrás de su candidatura, “el deslinde hecho por la dirección de la iglesia en cuestión fue más una necesidad de proteger su imagen pública distanciándola del fujimorismo. (…) El ‘apoyo espiritual” se manifestaba desde los púlpitos de la denominación y también en articulaciones y reuniones de los líderes de esa iglesia, como lo testimoniaron diversos fieles” (Barrera y Pérez, 2013, p. 249).
En el caso del MMM y Rodolfo Gonzáles, su filofujimorismo no era nuevo. En los 90s ya había expresado su cercanía con el dictador. Un hecho concreto lo ejemplifica. En enero del 2000, en el contexto de las protestas democráticas contra la reelección ilegítima de Fujimori, el CONEP publicó un pronunciamiento titulado “¿Por qué los cristianos deberían rechazar la segunda reelección del Sr. Fujimori?”. Esto fue inmediatamente respondido por Gonzáles y el pastor Robert Barriguer (Iglesia Camino de Vida), quienes en sendas entrevistas en el diario Expreso declararon su respaldo a Fujimori (López, 2008, pp. 157-158). El 2011 Gonzáles volvió a mostrar su corazón fujimorista cuando en un encuentro televisado en el canal Bethel, propiedad del MMM, impuso las manos sobre Keiko y pronunció la siguiente oración: “Tu puedes agradarte de ella y llevarla a la presidencia, yo no puedo, pero tú sí puedes Señor. Sabemos que hay en ella un deseo grande de hacer tu voluntad… En el nombre de Jesús pido tu bendición para Keiko… Dale las fuerzas que ella necesita para llegar al poder con la bendición tuya” (como se cita en Barrera y Pérez, 2013, p. 253).
Durante el periodo parlamentario 2011-2016, Julio Rosas adquirió progresivamente notoriedad como el vocero del fundamentalismo cristiano, por ejemplo, cuando se opuso al proyecto de ley para aprobar la unión civil no matrimonial propuesta por el congresista Carlos Bruce. Junto al pastor Rosas, su hijo Christian empezó a hacerse conocido como operador político conservador. En junio del 2011, este último fundó CONAPFAM (Coordinadora Nacional Pro Familia) con el fin de oponerse a lo que denominó la “ordenanza gay” promovida por la gestión de la entonces alcaldesa de Lima, Susana Villarán. Fue el punto de inicio del nuevo activismo conservador antiderechos en el Perú, a la vez influenciado por la ola conservadora internacional promovida desde los círculos fundamentalistas del evangelicalismo norteamericano asociado al Partido Republicano . El avance en el reconocimiento de los derechos de las mujeres y las minorías sexuales en Latinoamérica fue un factor coadyuvante en el surgimiento de esta ola antiderechos.
Paralelamente, en el catolicismo también se organizaron las fuerzas conservadoras. Desde el 2013, la Marcha por la Vida, una gran movilización católica contra la despenalización del aborto que se realiza en Lima desde el 2004, pasó bajo el control del arzobispado de Lima, entonces bajo el cardenal Cipriani. En los años siguientes, la marcha dejó de ser exclusivamente católica pues las huestes del fundamentalismo evangélico se unieron a ella, en particular los miembros del MMM. El nuevo ecumenismo conservador se había finalmente formado.
Así regresamos al escenario del 2016. Luego de que Keiko pactara con el pastor Santana y un grupo de pastores fundamentalistas, parecía que la escena del 1990 se repetiría, con un masivo ingreso de evangélicos al Congreso, pero esta vez imbuidos de una ideología recalcitrantemente intolerante. Barrera y Pérez (2013) la describen muy bien: “En el caso de los sectores evangélicos conservadores, se puede observar una reactualización y resignificación de su antigua cosmovisión teocrática del poder político, desde el cual se asume como parte de la fe una perspectiva mesiánica cuyo objetivo central es extender su dominio religioso sobre todas las estructuras de la sociedad en general” (p. 252). Bajo esta lógica, es más importante la conquista del poder para imponer una agenda moralista al Estado y la sociedad que la construcción de ciudadanía o el fortalecimiento de la ética pública.
Sin embargo, la derrota de Keiko trastocó los planes de la alianza fujimorismo-fundamentalismo. Luego, la historia es más o menos conocida. Apareció Con mis hijos no te metas y la “minibancada” fundamentalista en el Congreso, encabezada por Rosas (ahora en Alianza para el Progreso) y los congresistas fujimoristas Tamar Arimborgo, Juan Carlos Gonzáles (el vocero político de Agua Viva) y Nelly Cuadros, entre otros, se dedicó a promover la lucha contra la “ideología de género” en el Estado y en las calles. De ello se ha escrito abundamentemente. No obstante, a pesar de su tenaz resistencia a las políticas de equidad de género del Ejecutivo, el fujifundamentalismo no logró eliminar ninguna de dichas políticas, a lo mucho obstaculizar algunas. Bajo el gobierno de Vizcarra incluso se profundizó el enfoque de género en las políticas públicas, provocando la ira conservadora. Por otra parte, dado que el Ejecutivo fortaleció su posición ante la población a partir de la narrativa de la lucha contra la corrupción, el fujifundamentalismo quedó asociado en el imaginario general como la fuerza política de los corruptos.
A mediados del 2019, con el ascenso de Pedro Olaechea a la presidencia del Congreso, el fujifundamentalismo pareció fortalecerse. La gran coalición conservadora arremetió con vigor contra el Gobierno contando en ello incluso con el apoyo de políticos conocidos por sus posturas liberales, como Mercedes Araoz y Carlos Bruce. Pero la decisión del presidente de disolver el Congreso desarticuló a la renovada coalición fujifundamentalista.
En los días posteriores al cierre del Congreso, Christian Rosas lideró una exigua marcha de opositores al Gobierno, vociferando contra el “dictador” Vizcarra. Por supuesto, muy pocos les hicieron caso. Más que marchantes cívicos por la democracia se les vio como defensores de la partidocracia corrupta que destruyó el país. Tal como en el 2000, la caída del fujimorismo arrastró consigo a los evangélicos conservadores que lo respaldaron ciegamente. Sin embargo, no significó el fin de su acción política. Parece que ocurrirá lo mismo ahora, pues frente a la decadencia del fujimorismo, los operadores políticos fundamentalistas buscan rearticularse alrededor de algunos partidos o personajes de línea conservadora (Olaechea, por ejemplo) o a través de la formación de organizaciones políticas propias. Las sucesivas elecciones del 2020 y del 2021 confirmarán si resucita la alianza fujifundamentalista o si se dispersa definitivamente.
Lo que sí confirma la historia es que ambas fuerzas han contribuido enormemente en el deterioro de la institucionalidad del país y en el debilitamiento de la construcción de ciudadanía entre los peruanos. El fundamentalismo fujimorista, además, ha debilitado seriamente el rostro público de lo evangélico en el Perú. En el imaginario hegemónico lo evangélico se asocia cada vez menos con la ética, la bondad o el servicio y más con la intolerancia, la ignorancia y la corrupción. Se requieren rostros alternativos de lo cristiano, más cercanos a los ideales y prácticas cívicas que necesita la república.
Referencias bibliográficas
Barrera, P., & Pérez, R. (enero-junio, 2013). Evangélicos y política electoral en el Perú. Del “fujimorato” al “fujimorismo” en las elecciones nacionales del 2011. Estudos de Religião, 27 (1), 237-256.
Julcarima, G. (2008). Evangélicos y elecciones en el Perú (1979-2006). En F. Armas et. Al. (Eds.), Políticas divinas: religión, diversidad y política en el Perú contemporáneo. Lima: Instituto Riva-Agüero, Pontificia Universidad Católica del Perú.
López, D. (2008). Evangelicals and Politics in Fujimori’s Peru. En P. Freston (Ed.), Evangelical Christianity and Democracy in Latin America (pp. 131-161). Nueva York: Oxford University Press.
Pérez Guadalupe, J.L. (2017). Entre Dios y el César. El impacto político de los evangélicos en el Perú y América Latina. Lima: Instituto de Estudios Social Cristianos, Konrad Adenauer Stiftung.