¿“Ideología de género”? ¿“Evangelistas”?
Precisiones sobre el tratamiento del enfoque de género en el mundo evangélico
Hace un par de años me contactó un pastor relativamente conocido para invitarme a un debate sobre la “ideología de género” en la educación frente a un público evangélico. Le dije que estaría encantado de participar bajo la siguiente condición: que en la publicidad del evento se reemplazara el erróneo término “ideología de género” por el de enfoque de género. Por supuesto, el evento no se dio y el pastor no volvió a contactarse conmigo.
Desde entonces, dentro del mundo evangélico (y católico) se han multiplicado las conferencias, cursos y talleres sobre la “ideología de género”, azuzados por supuesto por la ola ultraconservadora que ha hegemonizado en la mayoría de denominaciones evangélicas. Esta categoría se ha normalizado de tal modo que para la mayoría de evangélicos usar “ideología de género” es la usual, mientras que “enfoque de género” es el término inválido, ideologizado, etc.
Esta tendencia se ha reforzado por la súbita abundancia de “expertos” y “especialistas” que circulan por iglesias y seminarios exponiendo los tenebrosos efectos de la “ideología de género” sobre los niños, las mujeres, la educación y hasta la ecología. Son usualmente personas que desconocen los estudios de género o que reducen su saber a la lectura de mamotretos escritos por los activistas antigénero (Scala, Laje, Márquez, Rosas, Caccia, etc.). De esa manera reducen la reflexión sobre la perspectiva de género a una postura apologética y poco ilustrada que empobrece el saber de los creyentes y los convierte en fanáticos promotores de la paranoia fundamentalista. El resultado: una feligresía evangélica adoctrinada para engrosar las filas de los partidos integristas o para movilizarse aborregadamente en las marchas de odio promovidas por los líderes ultraconservadores.
¿Se debería examinar el enfoque de género en las iglesias? Por supuesto. Es más que necesario. Pero respetando algunos criterios mínimos. Para empezar, dejando de referirse al enfoque de género como “ideología de género”. Los evangélicos deberían recordar cómo durante su historia también sufrieron los efectos de la intolerancia a partir de la tergiversación de las categorías que los identificaban. En el Perú, por ejemplo, se les denominaba despectivamente “evangelistas” o “aleluyas”, mientras que en Chile se les decía “canutos”. Y en toda Latinoamérica, hasta hace no mucho, se les calificaba como “sectas”. Todos conceptos construidos para reforzar el desprecio que por ellos sentían sus enemigos históricos: los católicos. ¿Cómo se sentirían si se les invitara a conferencias sobre “Los aleluyas y la educación” o “Las sectas evangélicas en el Perú”? Yo sería el primero en cuestionar ese uso de términos despectivos para referirse a ellos. Es lo mismo que hacen ahora cuando en lugar de hablar de enfoque de género usan “ideología de género”. Peor aún, cuando utilizan términos creados por el activismo conservador para atacar a las mujeres o a las minorías lgbt: “feminazis”, “aborteras”, “sodomitas”, “lgtbitas”, etc.
Algunos pensarán, ¿por qué entonces usas el término “fundamentalista” para referirte a los evangélicos? ¿No es también inexacto? Primero, no aplico ese término a todos los evangélicos, sino a quienes tienen una forma de fe configurada por el fundamentalismo cristiano (literalismo bíblico, pietismo, etc.). No todos los evangélicos son fundamentalistas, aunque es cierto que una mayoría tiende a serlo. Segundo, es un término académicamente válido, pues sirve como descriptor de un movimiento. No es tampoco una categoría ontológica sino puramente operacional. Es decir, no busca que los evangélicos basen la autocomprensión de su identidad en ella sino solo para facilitar la comprensión de dicho movimiento desde el análisis académico.
Por otra parte, soy de los que creo que dentro del mundo evangélico es posible todavía encontrar espacios de racionalidad y diálogo sobre el enfoque de género. En el fragor del debate, los críticos externos y los propios evangélicos han olvidado que la fe evangélica, de alguna manera, también puede deconstruir los modelos más violentos de masculinidad por otros en los que, por ejemplo, se propicia la emocionalidad entre los hombres cristianos o el empoderamiento de las mujeres en el liderazgo religioso. Hay estudios de caso sobre ello: Miguel Ángel Mansilla (1) en Chile, Nataniel Disla en República Dominicana (2) o Ángel Román López en Guatemala. Lamentablemente, la nueva ola conservadora parece dispuesta retornar a modelos pretéritos sobre los roles de género que parecen destruir aquellas posibilidades de repensar el género desde la teología o la experiencia evangélico-pentecostal.
Los evangélicos deberían revisar cómo dentro de su propio modelo de espiritualidad se han repensado algunos roles de género, pero también cómo se han reforzado aquellos roles que perennizan la inequidad entre hombres y mujeres o los prejuicios hacia las sexualidades disidentes. Más aún, deberían atreverse a repensar sus visiones tradicionales sobre la actitud de Jesús ante los roles de género. En lugar de temer al enfoque de género podrían usarlo para repensar la estrecha visión de la ideología fundamentalista y abrirse a la comprensión liberadora de los Evangelios para re-construir una fe relevante para el mundo de hoy.
NOTAS
(1) Mansilla, M. A. (2007). La construcción de la masculinidad en el pentecostalismo chileno. Polis, Revista Latinoamericana, 6 (16), 1-12.
(2) Disla, N. (2015). Incidencia de la religión en la construcción de la masculinidad en jóvenes pentecostales dominicanos de extracción popular. (Tesis de maestría, Instituto Tecnológico de Santo Domingo, Área de Ciencias Sociales y Humanidades, Centro de Estudios de Género. Santo Domingo, República Dominicana).