Los evangélicos y la memoria histórica en el Perú
Uno de los libros de historia republicana más difundidos en el país es Historia del Perú contemporáneo de Carlos Contreras y Marcos Cueto, dos notables historiadores. Pero cuando lo leí en su primera edición quedé pasmado con el siguiente fragmento: “los grupos evangélicos (uno de cuyos representantes llegó a ser Vicepresidente de la República con Fujimori) han conseguido una importante audiencia entre los campesinos, predicando la vida austera y la abstinencia de las bebidas alcohólicas y los platos picantes” (Contreras y Cueto, 2000, p. 365). ¿Desde cuándo los evangélicos prohíben los platos picantes? Bastante extraña la única referencia sobre los evangélicos en un libro que ofrece una visión panorámica de la historia republicana En sus ediciones posteriores, los autores han eliminado este párrafo (1). En lugar de corregir el dato o profundizar en el tema, los evangélicos simplemente fueron borrados del texto de Contreras y Cueto.
Este es un buen ejemplo de cómo la presencia de los evangélicos ha oscilado entre la inexactitud y el silencio en el discurso histórico nacional. No solo en la academia, sino también en el Estado, los medios y la sociedad civil, los evangélicos siguen siendo esa extraña colectividad, que ahora hasta parece infundir miedo. Pero no todo es culpa de los historiadores. Dentro del propio mundo evangélico se conoce muy poco de su propia historia, o se la conoce mal. Las comunidades evangélicas carecen de conciencia histórica, defecto que se está agudizando debido a las ínfulas fundacionales del discurso neopentecostal. Además, las instituciones evangélicas -salvo honrosas excepciones- carecen de archivos históricos mínimos y en los seminarios denominacionales la historia es una materia enseñada sin rigor académico y concentrándose básicamente en la historia mundial del cristianismo. No sorprende, entonces, que entre los fieles evangélicos abunde el desconocimiento sobre la historia de sus propias iglesias y más aún sobre el rol de las iglesias evangélicas en la historia nacional.
Sin embargo, hay un corpus historiográfico sobre el protestantismo peruano. Existe una producción de historiografía confesional que, ante la ausencia de archivos y de proyectos de historia oral, se ha convertido en fuente inapreciable para conocer el pasado evangélico. Esta producción es importante, además, porque a través de ella se puede analizar la construcción de una narrativa histórica hegemónica dentro de las comunidades evangélicas. Estos textos muestran cómo los evangélicos se perciben a sí mismos y su rol en la sociedad. Destaco entre ellos los trabajos de misioneros extranjeros, como Juan Kessler , y de líderes nacionales como Wenceslao Bahamonde (metodista) y, más recientemente, Pedro Merino (presbiteriano), Emiliano Crisanto (peregrino), Alberto Zamora (nazareno) o Merling Alomía (adventista) (2) .
Desde la historiografía académica fueron fundamentales los trabajos de Fernando Armas (1993) y Juan Fonseca (2002), que marcaron lineamientos teóricos y metodológicos para investigar sobre el tema. Además, historiadores más jóvenes están produciendo nuevas investigaciones, como es el caso de David Luyo (2013) sobre los presbiterianos en Ayacucho o Juan Carlos La Serna (2012) sobre el adventismo en la selva central.
A pesar de esta creciente producción escrita, los evangélicos siguen estando fuera de la narrativa histórica oficial, lo que afecta no solamente a los evangélicos, sino a la nación en su conjunto, pues no es un buen indicador de cohesión que un importante sector de su población siga excluido de la memoria histórica nacional. Además, este olvido deja fuera del análisis un factor que puede ser fundamental para comprender los procesos de la historia republicana.
Por ejemplo, lo evangélico es un factor clave para comprender la historia de los derechos civiles en el país. La legislación modernizadora que permitió superar exclusiones en el Perú desde el siglo XIX, se estableció debido a la presencia, si no a la acción directa, de actores evangélicos. La secularización de los cementerios, la implantación del matrimonio civil, la libertad de cultos, el divorcio y el registro civil se debieron, en mayor o menor medida, al factor evangélico. No afirmo que fue el único o más importante, pero fue sin duda relevante. El Perú es más laico ahora gracias, en gran parte, a la labor de los evangélicos, aun cuando ahora varios de sus herederos buscan reconfesionalizar el Estado. Una negación del legado similar a la que ha ocurrido con algún descendiente de José Carlos Mariátegui.
Lo mismo podría decirse de la educación, empezando por la labor de Diego Thomson, misionero y educador escocés que dirigió el primer proyecto de educación pública popular bajo el sistema lancasteriano. Asimismo, muchas innovaciones educativas llegaron al Perú gracias a los colegios protestantes: la enseñanza del inglés, la práctica intensiva de nuevos deportes (voleibol, básquetbol), el respeto a la diversidad religiosa, las prácticas democráticas y la formación laboral femenina. Asimismo, no se puede olvidar la enorme labor educativa protestante entre la población indígena: los adventistas entre los aimaras en Puno y los asháninkas en Junín, los nazarenos entre los awajún en Amazonas y, principalmente, el Instituto Lingüístico de Verano (ILV), institución que desde 1946 ha trabajado rescatando las lenguas originarias de la sierra y la selva peruana. Todo este rico legado, lamentablemente oscurecido ahora por la horda de fanáticos del ala más conservadora que busca bloquear el desarrollo educativo por su odio al enfoque de género.
La narrativa histórica oficial también suele obviar la participación evangélica en procesos como el desarrollo de corrientes de crítica social en la primera mitad del siglo XX (el antialcoholismo , el indigenismo o el feminismo); o en procesos sociopolíticos en la segunda mitad del siglo, como la lucha por la tierra, estudiada por Gerson Julcarima (200), o en la resistencia contra Sendero Luminoso en el conflicto armado interno, analizada por Ponciano del Pino (1996) y Darío López (1998).
Por otra parte, la revisión de la presencia evangélica en la historia podría ser útil para la reflexión de las comunidades evangélicas sobre su identidad (o identidades) así como para analizar críticamente el rol que ahora están jugando como parte de la sociedad civil. Sobre esto último, muchos líderes evangélicos muestran su incapacidad para establecer continuidades con su propio legado histórico. La historia no les importa porque encontrarían en ella las antípodas de lo que ahora venden como identidad confesional. No habría cómo establecer nexos entre el protestantismo laicizante de la era de Mackay y Ritchie con el integrismo de los Julio Rosas y Rodolfo González del hoy. Pero también existe la tendencia de idealizar -en especial en ciertos círculos moderados y progresistas- un pasado que es complejo y contradictorio. Así, sobre la base del desconocimiento o la idealización, los evangélicos han construido mitos sobre sí mismos que es necesario repensar. Me referiré en particular a dos.
Uno de ellos es el que asocia a la tradición evangélica con la democracia. Fue Jean Pierre Bastian quien planteó la hipótesis de que las iglesias evangélicas fueron “laboratorios de democracia” en sus primeras décadas de presencia en Latinoamérica, en una época en que el que continente oscilaba entre las dictaduras y las repúblicas oligárquicas. Es cierto que en muchas denominaciones evangélicas -en particular las del protestantismo histórico- las prácticas democráticas (elecciones internas, fiscalización del liderazgo, debates, etc.) fortalecieron el sentido de ciudadanía entre sus fieles. Pero también es cierto que la democracia interna en las organizaciones evangélicas se ha distorsionado en las últimas décadas debido al nepotismo o el autoritarismo eclesial, por no mencionar a aquellas iglesias dominadas por auténticas dictaduras religiosas que aplastan la voluntad de los fieles ¿Cómo las iglesias evangélicas pasaron de ser laboratorios de democracia a producir autocracias mesiánicas que fascinan a los creyentes de hoy?
Preguntas similares surgen con respecto a las actitudes de los evangélicos frente a los regímenes que nos han gobernado. Aun cuando el discurso oficial evangélico ha sido siempre favorable a la democracia, la verdad es que se han sentido bastante cómodos con las dictaduras. Durante el Oncenio, no hubo gente más leguiísta que los misioneros protestantes, al punto que uno de ellos, el Dr. McCornack, médico de cabecera de Leguía, fue uno de los últimos que acompañó al dictador al final de sus días. En 1928, la revista Renacimiento, órgano oficial de la Iglesia Evangélica Peruana, expresó la “sumisión” de los evangélicos a Leguía y llegó a sugerir que “en ningún hogar evangélico debe faltar el retrato de su persona”(3). Se conoce poco sobre las relaciones del odriísmo con los evangélicos. Pero durante el velascato, es conocido que el discurso nacionalista del régimen fue un factor que fortaleció los procesos de nacionalización de los liderazgos evangélicos, lo que propició que la mayoría de sus líderes vieran con beneplácito al régimen militar. Y con el fujimorismo la historia es harto conocida. Hasta ahora, muchos evangélicos, en especial los de su ala más reaccionaria, forman el núcleo duro del fujimorismo.
El otro mito evangélico es el de creerse la “reserva moral” del país. Los evangélicos se han asumido, desde sus inicios, como los redentores de la ética en una sociedad corrupta y disoluta. Al principio, su enfoque fue básicamente civilizatorio y ciudadano, por lo cual atrajo la atención de la intelectualidad progresista. En 1915, José Antonio Encinas hizo un “llamado a la juventud de mi patria para apoyar esta obra de los protestantes. Ellos nos han de devolver a los indios convertidos en ciudadanos útiles para el país”(4). Los protestantes de la era misionera se asumían como moralizadores cívicos y tutores éticos de una población a la que consideraban o infantil o depravada. Pero con la progresiva conservadurización teológica de su liderazgo, el énfasis pasó más bien al moralismo individual. Se hizo menos importante formar buenos ciudadanos y se priorizó la formación de buenos padres, esposos, hijos, trabajadores y creyentes. Con la hegemonía del fundamentalismo, el moralismo evangélico se tornó, además, fuertemente represivo con la sexualidad. Sobre esa base se construyó el discurso machista y homofóbico que caracteriza a un importante sector de las comunidades evangélicas en la actualidad. Paralelamente, los casos de corrupción, en particular financiera, entre el liderazgo evangélico han ido en aumento, con la lamentable condescendencia de una feligresía acostumbrada a obedecer al “siervo” de Dios. Cuando empezaron las incursiones evangélicas en la política, el capital ético evangélico ha terminado por diluirse. Tal vez ese sea el golpe que más duele a las generaciones veteranas de evangélicos quienes, acostumbrados a ser respetados por su moralidad, ahora ven cómo las prácticas nefastas de algunos pastores que gustan del dinero o de políticos evangélicos que avalan a corruptos han destruido su prestigio ético colectivo. Entonces, ¿por qué muchos evangélicos siguen creyéndose más morales que el resto de peruanos? ¿Cómo ha influido ese mito en la actividad política de sus líderes? ¿Hasta cuándo seguirán creyendo que los políticos “temerosos de Dios” son más éticos que los no creyentes?
Una pregunta que queda pendiente en esta reflexión es, ¿qué es finalmente lo evangélico? ¿La confesionalidad realmente configura las identidades de los sujetos? ¿Hasta qué punto el rol de los actores evangélicos se debe a su confesionalidad y no más bien a su estatus social, étnico o de género? Si algo podemos inferir de las primeras décadas de historia evangélica es que no era lo mismo ser misionero, con pasaporte británico o estadounidense, étnicamente blanco y con una billetera abultada, que pastor nacional. Los misioneros durante décadas formaron una especie de casta privilegiada dentro de la comunidad evangélica y que se codeaba con las clases medias y altas del país. En ese sentido, ¿las acciones de los misioneros fueron realmente representativas del conjunto de evangélicos? No era lo mismo sufrir persecución religiosa para un Thomas Wood o un Juan Ritchie que para un José Illescas, primer pastor metodista nacional, o un Manuel Zúñiga Camacho, maestro adventista aimara. Y en la narrativa histórica evangélica los primeros siguen predominando sobre los segundos. También se puede decir lo mismo sobre las mujeres, que desde el inicio fueron el segmento mayoritario en la feligresía evangélica. Y las pocas que tuvieron participación en el liderazgo, como Gertrude Hanks, cuya biografía publiqué hace años, quedaron relegadas a un segundo plano en la memoria histórica evangélica. La falta de una mirada de género en la historia evangélica sigue siendo deficitaria. En realidad, también lo es en la narrativa histórica nacional.
A poco de llegar al Bicentenario, la historia de los evangélicos sigue siendo ese ilustre desconocido o, al menos, el recién llegado que aún no se integra a la memoria histórica oficial de la nación. Es significativo que los evangélicos se hayan hecho ampliamente conocidos par el Perú oficial luego de su deplorable incursión en la política nacional durante el fujimorato y, en los últimos años, por la extravagancia de sus fundamentalistas anti-género. El mundo evangélico es mucho más diverso, complejo e interesante que estos episodios. Caricaturizarlos sobre la base de ellos es, por decirlo menos, poco sofisticado. Lamentablemente, muchos de ellos parecen no comprenderlo y contribuyen decididamente a esa caricaturización. Compenetrarnos en su complejo pasado podría ayudarnos a todos a valorar su lugar en la historia nacional y, a ellos, a comprender con menos prejuicios las otras historias olvidadas por el Perú oficial.
Notas
(1) Entiendo que hay una edición posterior a la del 2013, pero no he tenido la oportunidad de revisarla.
(2) Ver: Bahamonde, W. (2003), Merino (2017), Crisanto (2011), Zamora (2013) y Alomía (1996). También ubico en esta categoría a Tomás Gutiérrez, sociólogo y teólogo que, a pesar de no ser historiador profesional, se ha convertido casi en el historiador oficial del evangelicalismo peruano, en particular de su ala más conservadora. Gutiérrez ha publicado extensamente desde la década de 1990. El más reciente fue publicado el 2016 bajo el título: Ciudadanos de otro reino: Historia social del cristianismo evangélico en el Perú (Siglos XVI-XXI).
(3) Editorial, (agosto de 1928), Renacimiento, p. 114.
(4) Encinas, J.A. (febrero de 1915), El valor del protestantismo en el Perú. El Mensajero, 3, p. 6.
Referencias bibliográficas
Alomía, M. (1996). Breve historia de la educación adventista en el Perú. 1898-1996. Lima: Ediciones Theologika.
Armas, F. (1993) Liberales, Protestantes y Masones. Modernidad y Tolerancia Religiosa. Perú, siglo XIX. Lima: CERA “Bartolomé de Las Casas” – Fondo Editorial PUCP.
Bahamonde, W. (2003) (1952) Establecimiento del cristianismo evangélico en el Perú 1822-1900. Lima: Iglesia Metodista del Perú.
Crisanto, E. (2011) Peregrinos hasta que Cristo venga. Historia de la Iglesia Evangélica de los Peregrinos 1903-2004. Lima: Puma.
Del Pino, P. (1996) Tiempos de guerra y de dioses: Ronderos, evangélicos y senderistas en el valle del río Apurímac, pp. 117-187. En Degregori, C.I. y otros, Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: IEP – Universidad San Cristóbal de Huamanga.
Fonseca, J. (2002) Misioneros y Civilizadores. Protestantismo y Modernización en el Perú. 1915-1930. Lima: Fondo Editorial PUCP.
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Kessler, J. (1993) (1967) Historia de la Evangelización en el Perú. Lima: Puma.
La Serna, J. C. (2012), Misiones, modernidad y civilización de los campas. Historia de la presencia adventista entre los asháninkas de la selva central peruana (1920-1948). Lima: Fondo editorial de la Facultad de Ciencias Sociales (UNMSM).
López, D. (1998) Los evangélicos y los derechos humanos: la experiencia social del Concilio Nacional Evangélico del Perú 1980-1992. Lima: Centro Evangélico de Misiología Andino-Amazónica (CEMAA).
Luyo, D. (2013) ¡Alerta a los católicos! Llegaron los protestantes a Ayacucho. En Ayala, R. (comp.). Entre la región y la nación. Nuevas aproximaciones a la historia ayacuchana y peruana. Lima: IEP-CEHRA.
Merino, P. (2016). Historia de la Iglesia Presbiteriana en el Perú. Lima: autor.
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